Páginas

miércoles, 11 de junio de 2008

NIÑOS, ÁNGELES Y CANALLAS




Joaquín Sabina, tan poeta como “canalla”, en el buen sentido de esa palabra, nos brindó hace algunos años una creación que permite evocar unos tiempos terribles de la historia, ya cada vez menos reciente, de nuestro país. Es esa canción que arranca hablando de:

“Academia de corte y confección,
sabañones, aceite de ricino,
gasógeno, zapatos topolino,
“el género dentro por la calor”…

Cuando, envuelto en los recuerdos y la nostalgia, escucho esta canción no puedo sino evocar los años de mi infancia, de aquella infancia tan añorada en la que realmente nada teníamos salvo la felicidad “en estado puro”, privada de todo lo que pudiera ser meramente material. En aquellos tiempos, los niños de los barrios humildes, privados de posibles ornamentos materiales éramos felices casi al modo de los ángeles, si es que los ángeles han sido alguna vez felices, cosa que desconozco.

Debo aclarar que en nuestro hogar, tan pobre como feliz, nunca nos faltó un plato de comida. Mentiría si dijera que conozco lo que es pasar hambre. En aquellos hogares en donde, realmente, sintieran el hambre físicamente o faltara el amor de los padres, las cosas –sin duda- serían muy distintas.

Pues si, amigos, lo cierto es que en aquellos tiempos las cosas materiales brillaban por su ausencia, si bien los niños –al no haberlas conocido- tampoco las echábamos en falta. Sería imposible explicar esto a los niños de hoy. Ah, aquellos tiempos en que uno peleaba todas las tardes, durante un ratito, con “El Capitán Trueno” deseando arrebatarle a su enamorada, la bellísima Sigrid, aquella legendaria princesa vikinga…

Siempre que escucho la canción de Sabina acuden a mi mente pasajes de esa infancia feliz, que parecían haber quedado olvidados pero que sin duda quedaron bien “amarrados” en mi mente.

Parece, así, que estoy viviendo aquel anochecer de invierno en que mi madre y yo, como en tantos otros anocheceres, estamos acechando en las inmediaciones del Cine Capitol, esperando a que mi hermana salga de sus clases de “Corte y confección”, no sea que algún jovencito vaya a molestar, a esas horas, a la niña.

Parece, también, que estoy jugando a las chapas con aquellos muchachitos, compañeros de clase en la Escuela Nacional “Miguel de Cervantes”, que tienen las manos invadidas de sabañones, molesta enfermedad producida –según dicen algunos- por los fríos. Estamos jugando, protegidos del viento por un murete, en el patio de ese colegio, que todavía existe, que en los tiempos de la guerra había sido utilizado como centro de mando de las tropas italianas que vinieron a apoyar a los “nacionales”. Ah, cuantas mujeres de las Delicias, “muertas materialmente de hambre” se habían “liado” con esos soldados extranjeros buscando algo que poder comer. Sin duda, Dios las habrá perdonado, ¡faltaría más!

Parece –y sigo- que estoy viendo a mi padre, en una inmensa y fría sala de un hospital militar en el que se acumulan más de treinta camas con enfermos. Está, según se entra, en la parte de la derecha, al lado de una gran ventana y tiene en las manos un enorme tazón lleno hasta colmatar de aceite de ricino. Lo tiene que tomar, “sin dejar nada”, le acaba de decir una monja, ya que a la mañana siguiente va a ser operado, y tiene que “estar limpio”.

-“Anda, Leo –le dice a mi madre- iros ya, que no quiero que el niño me vea tomando esto…”

Parece, también, que ahora mismo, en una tarde de verano, estoy en la tienda de ultramarinos del Sr. Jonás. Mi madre está comprando algo y yo, al lado del mostrador de madera, me estoy comiendo trocitos de un bacalao salado que el tendero tiene expuesto encima de ese mostrador, a la altura de mi cabecita. Oh, que placer siento robando lonchitas de bacalao, que arranco con mis deditos y allí mismo me como pensando que nadie me está viendo. Posiblemente, el Sr. Jonás está haciendo la “vista gorda”. Mi madre, a fin de cuentas, es una buena clienta, de las que compran “al fiado” pero que luego, a fin de mes, pagan religiosamente.

En algún momento, mi madre ha pedido algún “comestible” de naturaleza más perecedera y el buen hombre invariablemente responde:

-“Si, señora Leo, ahora mismo te lo traigo, es que lo tengo dentro, en el fresco, porque aquí, con estos calores, ya se sabe…”

Y tan pronto como desaparece en el interior de la tienda, yo aprovecho para pegar otro tirón al bacalao y me llevo el despojo, rápidamente, a la boca, saboreando su intensa sensación salada.

Eran aquellos unos tiempos en que “habían pasado ya los nacionales…”. Si, son aquellos tiempos en que la gente de las Delicias, en sus habladurías, cuenta en voz baja que el Sr. X, el barbero del barrio, cuando acabó la guerra, había sido “mal fusilado” por los falangistas. Gracias a Dios se había podido salvar. Ya comenté algo de esto en:
.
.
Ah, que tiempos…, podría seguir contando más cosas, pero debo dejarlo. Alguien dirá ahora que parece que esas cosas sucedieron hace cientos de años, pero no es así, no ha pasado tanto tiempo; de hecho, seguían pasando cuando uno era niño.

Un niño, me reitero, que tuvo una infancia tremendamente feliz, despojado de todo salvo de lo que es realmente importante: el inmenso Amor de su familia.

Todas estas cosas, y tantas otras similares, hacen que ese niño que quisiera seguir siendo, cuando escucha “De purísima y oro”, se ponga un poco sentimental.

Ese “canalla” de Sabina es el que tiene la culpa.



.

13 comentarios:

  1. "NO cambies tu corazón"
    Sigue siendo niño, con la experiencia de tus años, eso es fabuloso.

    Me gustan tus relatos
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Que hermosos recuerdos de ese periodo tan lindo de la vida, como es la infancia...
    Saludos
    Chau

    ResponderEliminar
  3. NAda mejor que revivir en recuerdos lo bello de la infancia!
    Que bueno que lo compartas! :)

    Cuidate!

    ResponderEliminar
  4. Bonita entrada,buenos recuerdos y muy ciertas conclusiones, creo que ahora el tener tantas cosas materiales los niños, no les deja ver otras cosas más importantes, como es lo inmaterial, pero también creo que eso afecta a los padres al pensar que por dar eso, sustituye al cariño o la atención, parece mentira que los padres de hoy seamos los niños del ayer, los que vivimos eso, que es conocido por nosotros y aún así no ponemos medios para valorarlo y darselo a nuestros hijos. Muchos besos y gracias por la reflexión.

    ResponderEliminar
  5. Dices bien, faltaba todo menos el amor... una formula que debemos rescatar, aunque a mis niños no les falte nada, y si les falta ya estamos sus padres viendo como le hacemos...
    Hermosísima entrada Amigo, ahora el canalla eres tu que me dejas los ojos hechos agua.
    Abrazos!

    ResponderEliminar
  6. Qué preciosidad de vivencias,que sensaciones tan íntimas, por lo personales, pero conocidas por los que fuimos hijos de familias humildes y de la emigración.
    No faltó comida jamás,pero se estiraban los alimentos como chicle.No faltó alegría jamás,pero sólo teníamos calle e imaginación.
    No faltó ropa,jamás,pero sólo dos piezas de quita y pon, que mamá lavaba por la noche y secaba en la estufa en invierno.......
    Es muy entrañable y creo que tenemos muuuuchos años.
    Auroras

    ResponderEliminar
  7. Qué casualidad, precisamente hoy el el blog de cierta belleza hablaba también de las tiendas de ultramarinos...y al momento me vino el olor especial del bacalao salado, porque era un olor común a todas esas tiendas, por cierto en mi ciudad aún queda una, no la han arreglado ha ido pasando de padres a hijos y huele todavía a bacalao, aunque ya hay aromas nuevos.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  8. Oye, muchísimas gracias por compartir con nosotros todos tus recuerdos.

    Es increible la vida propia que tienen las canciones, Son capaces de evocar tantas cosas dentro de nosotros.

    ¿No te resulta fascinante que una simple nota pueda conseguir que retrocedamos diez años en el tiempo como por arte de magia?

    Un abrazo, amigo.

    ResponderEliminar
  9. Creo firmemente que cuando hay amor en el hogar por parte de los padres, asì estè la circunstancia que estè, la infancia serà grata. Pero ay de aquellos que tenemos todo lo material y crecemos con padres dictadores.
    Me agrada saber que tienes encantos de recuerdos.
    Y me has antojado con el bacalao, es una de mis debilidades.

    Abrazos...

    ResponderEliminar
  10. Pues a mí, escuchándote a tí, me parece oír a mis hermanos mayores contándome esas historias que tú cuentas.
    Seguro que no eres tan mayor como ellos (algunos)pero me traes a la memoria esas sensaciones de cuando ellos eran niños sin casi nada y se divertian con lo que buenamente podían arañarle a la vida.
    Me han contado sus cosas tantas veces que me las sé de memoria y las tengo ancladas en el corazón.Nacieron mucho antes que yo y pasaron dificultades que yo ya no viví, pero también momentos entrañables que yo ni imaginaba que pudieran existir.
    Soy la pequeña de ocho hermanos.Llegué tarde e inesperadamente y conocí la dulzura de la vida, de ser la peque, la mimada a la que no le faltaba de nada.Bueno sí, salud los primeros años de mi vida.Pero nada parecido a sus vivencias y eso a veces me dolía tanto...
    Siempre haces que me vengan los recuerdos y te cuente mis batallitas,Antiqva.
    Siento ser tan pesada.
    Me ha gustado mucho el escrito y lo que me ha provocado.
    Besos.

    ResponderEliminar
  11. Qué texto tan bien escrito y qué bella descripción de un tiempo tan especial. Fuiste niño y adolescente cuando tu país también lo era. Eso es algo excepcional. No lo olvides nunca, aunque ahí está el canalla de Sabina para recordártelo.

    Besos.

    ResponderEliminar
  12. Antiqva, los niños han cambiado tanto... cambiaron con las circunstancias, y lejos de mejorar (como podría parecer por la benevolencia de la época) están mas "enfermos" que nunca, son los más violentos de la historia... está claro que en algo o en mucho, estamos fallando estrepitosamente.
    Pero...¿cómo volver? imposible.
    Un beso, amigo mío.
    Natacha.

    ResponderEliminar
  13. Hay canciones, paisajes y, sobre todo, olores, que de pronto nos transportan a otra época. Una infancia feliz, como la que has disfrutado, es un territorio hermoso para siempre, digno de ser recorrido y digno de ser relatado, como has hecho en este post, tan angelical como la pintura que lo encabeza. ¡Feliz edad de la inocencia! Por mi parte, no envidio en absoluto a los niños de hoy, sin embargo, también ellos recordarán su infancia, espero, con alegría. Besitos.

    ResponderEliminar

Gracias, siempre, por tus palabras...

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.