Juan Lascano
IMÁGENES Y PALABRAS HA LLEGADO A SU ENTRADA NÚMERO 500
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Los nebulosos recuerdos de la infancia me trasladan, envuelto en los sueños, a un caserón de adobe, de dos plantas, que se alzaba en el Paseo de Farnesio, frente a las tapias del ferrocarril, en Valladolid. Allí, en una vivienda de la planta superior, fue donde Antiqva vivió sus primeros años.
En el que quizás sea el primer recuerdo que tengo me veo, con cierta nitidez a pesar del tiempo pasado, sentado en una inmensa mesa hecha con tablones de madera (posiblemente la recuerdo tan grande porque Antiqva era muy niño). Estoy en la galería descubierta que se habría al patio interior y contemplo como la gata Perona, siempre hambrienta, se está atragantando con las escasas sobras de comida. Al poco, el pequeño Antiqva, enfrente de la gata, sentado, entre risas, consciente de que está siendo contemplado por su madre y su hermana, está canturreando una antiquísima canción: “Cocinero, cocinero…”, que posiblemente habrá escuchado hace un momento en la radio. Precisamente, estos días pasados pude localizar en ese rincón de sueños que es YouTube esa entrañable –para uno- cancioncilla.
Todo parece sugerir, como podréis ver, que en aquellos tiempos nebulosos Antiqva debía ser un pequeño diablo. En estos momentos parece que estoy escuchando como mi madre, algo sofocada, habla con mi abuela:
-“Madre –le dice-, el niño “nos ha salido” llorón… Por las noches se pone a llorar y no nos deja dormir… No sabemos cuantas noches llevamos sin poder “pegar un ojo”… Vaya con el niño…”
-“Pero Leo –le responde mi abuela- eso tiene una solución sencilla. Cuando el niño se despierte por la noche, le llevas a la cocina y le dejas allí jugando. Verás como se entretiene el solito. Se ve que es un niño vital y no necesita dormir mucho. Tú, hija, tranquila, le pones los zapatitos y dejas que juegue en la cocina.”
No fue necesario que mi abuela dijera aquello dos veces. Mi madre, tan bondadosa como ingenua, esa misma noche, cuando Antiqva comenzó a llorar, no lo dudó. Al poco, el niño estaba en la cocina, que era el lugar más caliente de la casa, él solo, para que se entretuviera con sus juegos.
Lo que no podía sospechar Leo, ni mi abuela, es que antes de que la primera hubiera podido llegar siquiera a la cama, Antiqva, que había abierto las puertas del armario de la cocina, había sacado de su interior varias sartenes, pucheros y cacharros, y maravillado con los metálicos ruidos que producían se había puesto, enloquecido, a golpear con una de las sartenes a los pucheros y cazuelas que había antes desparramado por el suelo.
Los gritos de las vecinas, al momento, rompieron el desarrollo de la infantil “cacerolada”:
-“Leo, Leo… -chillaba la señora Elena- ¿Qué pasa en tu cocina, que parece que se está cayendo todo…? ¿Ay, Dios mío, habrá que avisar a los bomberos…? –preguntaba a voces la señora Jesusa-…”
-“No, no…, no pasa nada… -se escuchó decir a mi madre-, es que el niño está jugando…”
Fue entonces cuando mi madre –estremecida- sintió que el atronador vocerío de la vecindad se incrementaba hasta alcanzar niveles insospechados. Parece ser –me habría de contar mucho tiempo después, entre risas, que en aquella casa, en la noche, nunca nadie había gritado así:
-“Pero Leo, mujer, por Dios, sujeta al niño, que nuestros maridos tienen que madrugar… Menuda “escandalera”… Vaya con el angelito… Pero a quien se le ocurre…”
Aquel entrañable acontecimiento habría de tener varias consecuencias que incidirían en el posterior desarrollo de Antiqva: de un lado, su madre, una adorable jovencita, maduró “de golpe” y dejó de prestar esa atención tan especial a algunos de los consejos de mi abuela; de otro, Antiqva supo pronto lo poco entrañable que resultaba que a uno le arrearan con la mano, suavemente, en ese adorable lugar en el que la espalda termina perdiendo su bello nombre.
En el que quizás sea el primer recuerdo que tengo me veo, con cierta nitidez a pesar del tiempo pasado, sentado en una inmensa mesa hecha con tablones de madera (posiblemente la recuerdo tan grande porque Antiqva era muy niño). Estoy en la galería descubierta que se habría al patio interior y contemplo como la gata Perona, siempre hambrienta, se está atragantando con las escasas sobras de comida. Al poco, el pequeño Antiqva, enfrente de la gata, sentado, entre risas, consciente de que está siendo contemplado por su madre y su hermana, está canturreando una antiquísima canción: “Cocinero, cocinero…”, que posiblemente habrá escuchado hace un momento en la radio. Precisamente, estos días pasados pude localizar en ese rincón de sueños que es YouTube esa entrañable –para uno- cancioncilla.
Todo parece sugerir, como podréis ver, que en aquellos tiempos nebulosos Antiqva debía ser un pequeño diablo. En estos momentos parece que estoy escuchando como mi madre, algo sofocada, habla con mi abuela:
-“Madre –le dice-, el niño “nos ha salido” llorón… Por las noches se pone a llorar y no nos deja dormir… No sabemos cuantas noches llevamos sin poder “pegar un ojo”… Vaya con el niño…”
-“Pero Leo –le responde mi abuela- eso tiene una solución sencilla. Cuando el niño se despierte por la noche, le llevas a la cocina y le dejas allí jugando. Verás como se entretiene el solito. Se ve que es un niño vital y no necesita dormir mucho. Tú, hija, tranquila, le pones los zapatitos y dejas que juegue en la cocina.”
No fue necesario que mi abuela dijera aquello dos veces. Mi madre, tan bondadosa como ingenua, esa misma noche, cuando Antiqva comenzó a llorar, no lo dudó. Al poco, el niño estaba en la cocina, que era el lugar más caliente de la casa, él solo, para que se entretuviera con sus juegos.
Lo que no podía sospechar Leo, ni mi abuela, es que antes de que la primera hubiera podido llegar siquiera a la cama, Antiqva, que había abierto las puertas del armario de la cocina, había sacado de su interior varias sartenes, pucheros y cacharros, y maravillado con los metálicos ruidos que producían se había puesto, enloquecido, a golpear con una de las sartenes a los pucheros y cazuelas que había antes desparramado por el suelo.
Los gritos de las vecinas, al momento, rompieron el desarrollo de la infantil “cacerolada”:
-“Leo, Leo… -chillaba la señora Elena- ¿Qué pasa en tu cocina, que parece que se está cayendo todo…? ¿Ay, Dios mío, habrá que avisar a los bomberos…? –preguntaba a voces la señora Jesusa-…”
-“No, no…, no pasa nada… -se escuchó decir a mi madre-, es que el niño está jugando…”
Fue entonces cuando mi madre –estremecida- sintió que el atronador vocerío de la vecindad se incrementaba hasta alcanzar niveles insospechados. Parece ser –me habría de contar mucho tiempo después, entre risas, que en aquella casa, en la noche, nunca nadie había gritado así:
-“Pero Leo, mujer, por Dios, sujeta al niño, que nuestros maridos tienen que madrugar… Menuda “escandalera”… Vaya con el angelito… Pero a quien se le ocurre…”
Aquel entrañable acontecimiento habría de tener varias consecuencias que incidirían en el posterior desarrollo de Antiqva: de un lado, su madre, una adorable jovencita, maduró “de golpe” y dejó de prestar esa atención tan especial a algunos de los consejos de mi abuela; de otro, Antiqva supo pronto lo poco entrañable que resultaba que a uno le arrearan con la mano, suavemente, en ese adorable lugar en el que la espalda termina perdiendo su bello nombre.
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Jajaja, si entonces ya eras un bichejo, jajaja.
ResponderEliminarPobre vencindario, Imagino los sustos, los gritos....
Aquella mañana ... A antiqva le pitaron los oídos, no por el frío sino por los recuerdos que todos los trabajadores, agotados por la mala noche, le dedicaron aquel día, jajaja.
Besitos, encantador bebe-batería.
Natacha.
llego emocionada del cuaderno de petita y encuentro aquí historias que me convocan a la ternura, al país de los juegos, de la infancia, entre cacharros y cacerolas.
ResponderEliminarbesos con sabor a paella y vino blanco, que acabo de degustar
Así que eras un pillín...
ResponderEliminarNo me sorprende ;)
Ese travieso e hiperactivo diablillo se habrá imaginado aquella noche que su hazaña daría la vuelta al mundo???? jeje..
Un gran abrazo para ti amigo, y para aquel pillín al que hemos observado a través del tiempo ;)
(Los niños siempre saben lo que quieren ¿no?)
Cielo, muchísimas felicidades por esas 500 entradas. Eres un fenómeno.
ResponderEliminarPor cierto, me encantó la historia jajaja
Un abrazo.
Ahora cada vez que vea mis cacerolas te tendré más presente.
ResponderEliminarY espero que llegues a más de mil entradas.
Felicidades por tus menciones de premios.
Abrazos.
Cómo nos marca la infancia, verdad? Nos deja recuerdos para saborear durante toda una vida.
ResponderEliminarUn besico.
Menudo trasto estabas hecho,jajajaj.
ResponderEliminarSeguro que tu madre aprendió de golpe,vaya que sí.Pero tú con ese cachete,también conocerías mejor tu anatomía...
Te he visto sentado en el suelo de la cocina con la lengua apretada sacando las cacerolas entusiasmado, y mucho más después al comprobar la música que emitían,jajajaj
¡Pobres madres, mira que sufrimos!
Preciosos recuerdos ¿verdad?
Besos.
Leyéndote he recordado no ya mi infancia, si no la de mi hermano, le encantaba jugar con las cacerolas y otros cacharros de la cocina, mucho más que con otros y escasos juguete. Eso si, mi madre se cuido muy bien de no dejarselos por la noche.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias por pasarte por mi casa, como regalo de bienvenida y como todo recién llegado a ella, un poema de Carlos Marzal en mi voz
pluscuamperfecto de futuro
Enhorabuena por esas 500 entradas que muy bien te las tienes trabajadas porque todas son especiales y originales, gracias por compartirlas.
ResponderEliminarRecuerdos de infancia, que alguna vez nos vienen y es grato saborearlos.
Un beso y otro para mi tocayina.
amigo: no puedo ocultarlo.
ResponderEliminarestoy muy preocupada por petita..
sabesalgo?
besos
Es una de las entradas más entrañables que he leído. Me ha enternecido. Magnificamente relatada, me has hecho caminar paso a paso con el protagonista y sentir todo lo que él sentía. Incluso he oído las voces de las vecinas e imaginado el rostro de esa joven madre. Me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo
enhorabuena por tus 500 entradas,
ResponderEliminarla cocina es el primer jardín de infancia de todos los niños..., entrañable recuerdo, antiqva.
Un abrazo
Qué bonita entrada, Antiqva. Me lo he pasado muy bien leyéndote e imaginando aquel niño. Seguro que disfrutó con las sartenes y perolas más que con cualquier otro juguete.
ResponderEliminarFelicidades por tus 500 entradas. Espero que se conviertan en 5000, ¡y yo que las lea!
Un abrazo.
Conchi
Hola Amigo Sabio!!! Llego hoy hasta aquí con una curiosidad:
ResponderEliminarSabes algo de astrología egipcia?
Da la casualidad que me encontré con alguien a tomar el té y me dijo que en el Antiguo Egiptp cuando nacía una persona se creía que pasaba a ser hijo del Dios que regía en ese momento del calendario y hasta se lo bautizaba con el mismo nombre.
De acuerdo con ese calendario a mi me correspondería el nombre de BASTET y te confieso que quedé impactada con las similitudes que se encuentran relacionadas con mi propia personalidad.
Será así?
besos, besos, besos y gracias, gracias graciasss.
Que sepas que me saben a pocas.
ResponderEliminarCuando llegues a las 5000 hablaremos en serio.
Felicidades y besos
Qué peligro de Angelito por dios!!! jajaja, no se no se, creo que no eras tan trasto!! jajaja, mira yo no recuerdo esas casas que dices, la ubicación si...
ResponderEliminarMe alegra que tu mente siga recordando momentos ta especiales a pesar de que este en concreto, no dejarán que se te olvide!! jajaja
Muchos besitos desde tu tierra!!
Vaya mira como me recuerda esto a mi hijo..... si es que las madres no ganamos para sustos.... si yo te contara...
ResponderEliminarEs una historia preciosa y muy bien narrada.
ResponderEliminarYo también era muy llorona. Mi madre estaba realmente preocupada y me llevaron a los médicos para comprobar que no habían secuelas en la cadera del parto tan complicado que tuve.Lloraba a todas hora y sólo me calmaba cuando me cogían en brazos.
He llorado por todo y a todo momento, era boca abierta. Ahora de mayor soy de las que más llora en los retiros zen, ya sea como eliminación de tensiones o bloqueos, o de pena, o yo qué sé... pero me llevo el diploma. Un punto más de coincidencia.
Qué hermoso es cacharrear, qué bien se lo pasaban los niños y
estaban entretenidos y lejos de peligros. Mi madre tenía unos armarios bajos provistos de cacharros viejos para que los niños jugaran y no molestaran y ella podía cocinar tranquila.
La imagen me gusta mucho.
Inuits
jajaja Excelente anécdota. Me encantó por la historia y la forma de narrarla.
ResponderEliminarUn abrazo.
Vaya bichito estabas tú hecho... y es que los hay que ya de chicos apuntan maneras... ¡jajaja!
ResponderEliminarY estoy con Isis, poco imaginabas tú que esta historia estaría estaría al alcance de cualquiera que pueda leerla.
Incroyable mon ami!
Abrazos.