Preso desde la primavera de 1939, a mediados de septiembre de ese mismo año, por motivos que no conocemos demasiado bien, Miguel Hernández es puesto en libertad.
Arrastrado por el amor hacia su familia, el poeta se dirige a Orihuela, donde muy pronto será de nuevo encarcelado en el seminario de San Miguel, que ha sido convertido en prisión.
En los breves días de libertad Miguel Hernández dirigió una carta a José María de Cossío, en cuya obra sobre los toros había colaborado el poeta en tiempos pasados.
En esa carta, fechada el día 19 de septiembre de 1939, Miguel Hernández, apesadumbrado por la situación económica de su familia, solicita abiertamente la ayuda del escritor, del que presume que ha intervenido en la concesión de su libertad:
“Querido Cosío:
Desde ayer en Cox, no me queda otro remedio que recurrir inmediatamente a nuestra vieja amistad y a sus no muy viejas proposiciones de resolución de la situación mía. Libre de aquella carga que pesaba sobre mí en Madrid, ahora me encuentro atado a la vida de mi libertad frente a mi indefensa familia. Como no me encuentro bien de salud, ya que mi cabeza se resiste a mejorar, no me será posible dedicarme a un trabajo como el que hacía en Espase Calpe a su lado. Pienso en su tierra de Tudanca, y estoy dispuesto a trabajar en ella, a pastorear sus vacas, a lo que sea un trabajo manual, con tal de sacar mi familia, numerosa y necesitada, adelante. Si puede enviarme algún anticipo, o como quiera llamarle, por mi futuro trabajo en su tierra, hágalo sin demora, porque el hambre apremia, y me he encontrado a mi familia bastante agotada de salud y de recursos. No he podido aclarar con Llosent en Madrid de dónde ha provenido el favor de reintegrarme a mi familia. Si me puede orientar, aunque presumo que algo hay de parte de su interés, dígame para agradecérselo más todo su interés vigilante por mí...”
Poco después de escribir esta carta, Miguel Hernández volvería a ingresar en prisión. Ya no saldría con vida.
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Antiqva, hoy soy yo quien te ve nostálgico y afectado por el otoño.
ResponderEliminarBesos
Pues si, Petitesa, a veces las nubes traen estas cosas, y no es mala cosa dejarse invadir por ellas...
ResponderEliminarEstuve en Tudanca en 2004, creo, y el museo que tienen allí és muy interesante. Es un pueblo precioso.
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué bien te capta Petitesa. Tiene una psicología muy afín.
ResponderEliminarEl otro día haciendo un arroz negro, que me salió mulato, porque la tinta de la sepia fue avara con el color, me acordé de Miguel y de su nana al rallar las cebollas ¡Cómo lloraba yo!,el picor me provocó un llanto desconsolado. A veces pasan estas cosas cuando una está inmersa en la cotidianidad.
Muy triste la vida de Miguel y los suyos.
Inuits
Me gusta el poeta Hernández y solo los valientes logran.
ResponderEliminarNo conocía la carta y fue bueno leerla. Gracias.
Abrazos
Graciela