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domingo, 2 de noviembre de 2008

DE SOLDADOS




Los reclutas de la 1ª Compañía, todos incorporados voluntarios al Servicio Militar, fuimos alojados en un barracón de madera que estaba abarrotado de literas. El mes de octubre estaba avanzado y en aquellas tierras leonesas hacía frío, de modo que al no contar con ningún tipo de calefacción, teníamos que dormir prácticamente vestidos. Nos quitábamos el “tres cuartos”, prenda militar tipo chaquetón, pero nos dejábamos el resto de la vestimenta, incluidos los pantalones.

Los dos primeros días los veteranos que estaban al servicio de la compañía los dedicaron a cortarnos el pelo y a vacunarnos contra todo tipo de enfermedades. En esos primeros momentos todos estábamos impresionados ante el aspecto chulesco de tres o cuatro tipos cobrizos que tenían largas melenas. Al día siguiente, les cortaron el pelo y lo cierto es que desde entonces sus caras, con los cráneos rapados, nos dejaron de causar miedo. Una vez pelados habíamos pasado a ser todos iguales. La primera impresión de dureza de aquellos tipos se esfumó.

El segundo día, por la tarde, el alférez empezó a darnos las primeras clases de teórica militar. El hombre, un universitario de las milicias, hablaba de un modo tan monótono que cuando, inesperadamente, fue interrumpido por un sargento chusquero que pedía voluntarios para barrer no dudé un momento y alcé la mano. Prefería barrer y moverme un poco antes que seguir en aquel estado de dormivela. Curiosamente, a los cuatro o cinco reclutas que nos levantamos, nos llevaron a un almacén cercano en el que nos encargaron distribuir “tres cuartos” entre los integrantes de una compañía vecina. Aproveché aquella oportunidad inesperada para hacerme con una de las prendas que presentaba mejor aspecto, si bien lo cierto es que todos aquellos chaquetones militares estaban muy deteriorados por el uso.

Entre los veteranos de la compañía pronto destacó un cabo primero que siempre hablaba a voces. Una mañana, cuando estábamos en formación esperando la llegada del alférez, sin venir a cuento, nos lanzó una seria proclama de advertencia. En tono chulesco aconsejaba que nos enteráramos bien de quien era él, yo que no iba a admitir ninguna tontería por nuestra parte. Era un tipo de unos cuarenta años, impregnado de rusticidad, que a grandes voces proclamaba que era hijo de una familia honesta y trabajadora y que había tenido cinco hermanos. Su gran orgullo, nos dijo entonces y habría de repetirlo en diversas ocasiones en el futuro, era poder decir que de esos cinco hermanos solamente él había hecho carrera en la vida, de lo que estaba muy orgulloso. En aquellos tiempos se le conocía como “el cabo Pacurri” y tenía la mala leche propia de su edad y condición. Era, claro está, un ignorante, que a base de acumular reenganches había llegado a ser con el paso de los años cabo primero.

Algunas noches se presentaba haciendo ronda por la compañía y los reclutas, que supuestamente dormíamos, aprovechábamos para sisearle. Nos amparábamos en el anonimato que nos brindaba la oscuridad. Su respuesta –rojo de ira- era siempre la misma:

- “Cayabus la boca, maldita gentuza…”
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7 comentarios:

  1. qué misterios entraña internet en algunos momentos...
    leí este post, que había visto anteriormente y me recorrió un escalofrío por mi cuerpo completo.
    El texto y la foto me recordaron a mi papá, quien falleció hace dos años y por el que tengo guardado un amor inmenso.
    El siempre me recordaba esos momentos de cuándo hizo el servicio militar en mi país y el trato que recibían......

    Justo hoy, día de los difuntos, me estremezco con este post.
    Gracias!!!!!

    Abrazos

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  2. Siempre me han dado miedo los soldados y todo lo que tenga que ver con las armas. Creo que no ha deber sido tan grato ese servicio militar.


    Abrazos

    Graciela

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  3. jajajaja. Antiqva, las batallas de la mili, jaja.
    Me encanta la foto... todos parecéis botes de pasta dentífrica, jajaja.
    Me encantó.
    Un beso
    Natacha.

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  4. Qué tiempos más...
    y esa palabra "cayabus" de qué zona era el sargento?
    buenas noches, aunque sea con lluvia.

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  5. Antiqva, qué frío da verte entre la nieve con esas ropas bastas y que tan poco me dicen.
    Siempre he compadecido a los hombres en esa labor de hacer la mili por obligación.
    Me pareció siempre una crueldad, un robar tiempo al tiempo de la juventud.
    Y las batallitas que de ahí traéis,es una muestra de ello:gente que se cree superior y arremete contra pobres inocentes que están obligados a aguantar sus tonterías...¡aysss, qué mundo!
    Menos mal que hicieron voluntario el ejército.
    Besos, amigo mío.

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  6. Qué mal lo pasaron algunos, por no decir la mayoría.
    Qué suerte tienen nuestros hijos de no vivirlo, pero yo diría que, como todo es cíclico, como que lo volveremos a ver.
    Inuits

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  7. No me gustan los ejércitos de ningún tipo; ni las armas, ni las guerras, nada que tenga que ver con el acto de matar.

    Besos (desarmados)

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Gracias, siempre, por tus palabras...