El soldado, somnoliento, no había reparado en las palabras de la joven.
-Eh, soldado, ¿me escuchas?, ¿me puedo sentar? –repitió ella alzando la voz.
El joven uniformado, al oír estas palabras, abandonó su letargo y balbuceó algunas palabras ininteligibles. Quien le hablaba era una muchacha de piel broncínea que le estaba brindando una encantadora sonrisa. Sus ojos verdes le atraparon de inmediato.
-Si, si… claro que si… Ahora mismo retiro este bulto.
Antes, cuando se había sentado en su asiento, el soldado había colocado en la plaza de enfrente –la que ella solicitaba ocupar- su destartalado macuto militar. Todas las semanas, cuando repetía este viaje que le conducía a León, venía haciendo lo mismo, buscando con ello que nadie se sentara en el asiento de enfrente, para viajar así con mayor comodidad. Una vez acomodado, el joven solía escuchar la música que captaba un pequeño transistor hasta que quedaba levemente adormecido.
-¿Escuchando música, eh? –exclamó la muchacha-, así no me oías…
-Si –respondió el soldado sonriendo- suelo sintonizar alguna cadena de música viajo. Resulta más entretenido. Ahora mismo estaba sonando algo de la “Credence”.
-Ah, que gente tan magnífica –afirmó ella-, me encanta su música, siempre tan vibrante.
Mientras contemplaba su continua sonrisa y sus ojos verdes, el soldado fue sintiendo que algo que surgía de esos ojos atravesaba su guerrera y se incrustaba dulcemente pero sin miramientos en su corazón.
Desde hacía varios meses, el soldado realizaba ese mismo viaje todas las semanas en el Expreso del Norte. Llevaba en su macuto pequeñas piezas de repuesto para los fusiles de asalto. Las recogía todos los lunes en el Parque de Artillería de su ciudad y se ocupaba luego de entregarlas en la armería del acuartelamiento de El Ferral del Bernesga, situado en las inmediaciones de León.
La muchacha, de aspecto campesino, tan sugestivamente bella como dotada de simpatía, le dijo que cursaba estudios en León y que ahora, que estaba de vacaciones, había pasado un par de días con una compañera que vivía en un pequeño pueblo de la provincia de Palencia, en donde había subido al tren. Se dirigía a otra pequeña localidad de las montañas de León, donde vivía su familia.
No fue mucho el tiempo que ambos tuvieron para conversar, aproximadamente unos 40 minutos, pero el soldado –en tan corto espacio- tuvo la reiterada certeza de que aquella joven de ojos verdes, bronceada por el sol de los Picos de Europa, estaba conquistando, sin piedad alguna, su corazón.
Fue de súbito cuando la magia del momento quedó interrumpida.
-Oye, soldado –exclamó ella-, pero no te tenías que bajar en León… Hazlo deprisa, que creo que el tren va a ponerse en marcha…
Y es que el joven del uniforme, inmerso en las sonrisas de aquella desconocida ni siquiera había reparado en que el tren llevaba ya un tiempo parado en la estación de León y estaba a punto de proseguir el viaje en dirección al norte.
De manera apresurada, balbuceando un atragantado “adiós”, el soldado corrió buscando la salida del departamento. Cuando la alcanzó tuvo que saltar, ya que el expreso –lentamente- estaba iniciando su marcha. Pegando trompicones se dirigió a la ventana donde la muchacha le estaba despidiendo.
Fue ella la que reparo: “Eh, soldado, que te has dejado este bulto...” Y con indudable esfuerzo le arrojó el macuto por la ventana.
Las personas que transitaban por la estación y que contemplaron la escena no pudieron sino sonreír cuando vieron que el contenido del macuto, al caer este sobre el hormigón del anden, se desparramaba por el suelo y tres bayonetas de mosquetón y más de cien percutores de acero para los fusiles CETME saltaban por los aires brincando en todas las direcciones.
Dominado por el nerviosismo el soldado no pudo siquiera despedirse de la joven.
-¡Adios, Antiqva, a ver si nos vemos otra vez –dijo ella mientras el tren se alejaba. Ya sabes que me encanta la “Credence”.
La joven campesina se llamaba Camino. Estudiaba el primer curso de Veterinaria en la Universidad de León y su familia, según dijo, vivía en un pueblecito leonés de los Picos de Europa. El sol y el aire de la montaña habían dado un bello color a su piel.
El soldado, que tenía entonces dieciocho años, nunca volvió a verla. Todavía no ha olvidado el color verde de sus ojos.
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Oh...la chica le hubiera dado su celular al joven.
ResponderEliminarPero, por qué el destino no hizo que se encontraran nuevamente? quizá entonces no se escribiría este recuerdo.
Lindo. Ahora caigo con la canción.
Abrazos.
PD. Gracias por todo.
Hay momentos en la vida en la que coiciden dos caminos e inmediatamente tienden a separarse.
ResponderEliminarSiempre nos queda incógnita de como podría haber sido nuestra vida si esos caminos no se hubieran separado.
Una entrada muy bella.
Besos
Es un texto hermoso que he disfrutado mucho en el Reino Comansi... precioso, amigo.
ResponderEliminarTe abrazo y te deseo un bello fin de semana.
la juventud y el amor a primera vista.....y esos ojos verdes.
ResponderEliminarseguramente el universo confabulará para que se encuentren alguna vez.
abrazos
Como me ha gustado Antiqva, y como lo he disfrutado, todo el tiempo con la sonrisa en la boca.
ResponderEliminarUn besazo
Me encantó,ya lo sabes.Y volverlo a leer,lo hace aún más tierno.
ResponderEliminarBesos.
QUE bonito amigo , por dios que bonito.
ResponderEliminarLos que hemos pasdo media vida en trenes sabemoa la magia que se encierra , en algunos c ompartimentos , aunque duren instantes , y aunque nunca más vuelvas a ver esos ojos .
Creo que fue por e nombre, Camino es dufícil de alcanzar con trenes de por medio, que no se paran o precisamente por pararse.
ResponderEliminarLo raro es no haber coincidido más veces, en el tren casi siempre coincides con las misma personas a no ser en los viajes largos largos.En estos sí que pierdes a Camino para toda la vida,
Precioso cuento.
¡Ay Antiqva!, qué preciosidad y qué belleza y qué de emoción y qué de todo...esos encuentros en los que no se sabe por qué ni a qué razón obedecen, que se agarran al sentimiento, a la emoción, al pensamiento y nos acompañan toda la vida... habitan en nosotros, nos habitan y de tanto en tanto vuelven, nos retoman...tantas cosas...y siempre nos queda la pregunta ¿Qué fue de ella?
ResponderEliminarSi tuvieras la suerte que te leyera, desde la red, y supiera que eras tú, que reencuentro tan entrañable. A veces lo que nos conmueve no es de la misma intensidad para el otro.
Es un texto, para mí precioso, con frases como éstas: "pero el soldado fue sintiendo que algo que surgía de esos ojos atravesaba su guerrera y se incrustaba dulcemente pero sin miramientos en su corazón" para mí, grandes.
Bellísimo, porque lo siento así.
Inuits