Fue doña Catalina, la que, intrigada por la infertilidad de su matrimonio, se puso en manos de don Francisco Almenara. Don Francisco era el más prestigioso médico de mujeres en toda la región. Autorizado para curar en 1505 por el Real Tribunal del Protomedicato después de brillantísimas pruebas…
Sin embargo a doña Catalina de Bustamante le costó lágrimas la decisión. ¿Cómo mostrar las partes pudendas a un desconocido por muy eminente que fuera? ¿Cómo consultar con nadie un problema tan íntimo como que sus relaciones sexuales con su marido no dieran fruto?...
Pero antes tuvo que soportar terribles pruebas, como la del ajo, para intentar averiguar quien de las dos partes era la causante de la esterilidad matrimonial. Con este objeto, don Francisco de Almenara introdujo en la vagina de doña Catalina un diente de ajo, debidamente pelado, antes de meterla en cama:
-Mañana no se levante hasta que yo llegue. Debo ser el primero en olerla –advirtió.
Don Bernardo se despertó con el alba. Intuía vagamente que algo grave relativo a su masculinidad estaba en entredicho…
Todo lo que vino a continuación resultó para don Bernardo desconcertante y confuso. Don Francisco ordenó levantarse a doña Catalina y, tal como estaba, en salto de cama, la condujo de la mano hasta la jofaina y, una vez allí, requirió amablemente su aliento.
-¿Cómo? –A doña Catalina se la veía sensiblemente turbada.
-El aliento, señora, écheme vuesa merced su aliento –inquirió el doctor, inclinando el busto sobre el rostro de la paciente. Ésta, finalmente, obedeció…
-Lamento tener que decirle que las vías de su esposa están abiertas –dijo simplemente.
-¿Qué quiere decir, doctor?
-La esposa de vuesa merced está apta para la concepción.
La sangre le bajó de golpe a los talones a don Bernardo:
-Quiere sugerir…? –apuntó, pero fue incapaz de proseguir.
-No insinúo nada, señor Salcedo, afirmo rotundamente que el aliento de su esposa huele a ajo. ¿Qué quiere decir esto? Muy sencillo, las vías de recepción de su cuerpo están abiertas, no opiladas. La concepción sería normal tras una fecundación oportuna.
Don Bernardo había arrancado a sudar…
Miguel Delibes (El hereje)
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