Cuando paseo por el campo, algo que me encanta, suelo, a veces, desviar la mirada del horizonte y fijarla abajo, en el suelo, para contemplar las piedras con las que la Naturaleza nos regala.
Me refiero a las piedras que podríamos llamar normales, esas piedras que pasan desapercibidas para la gente que pudiéramos llamar “normal”, lo que posiblemente no sea mi caso, según tantas veces me recuerda María, que no entiende esa afición mía tan extraña.
Sin embargo, a pesar de que la “gente normal” no repara en ellas y por tanto no las concede importancia alguna, lo indudable es que todas ellas, al menos para mí, tienen su historia y su atractivo particular.
Veamos algunas de esas piedras, que todavía conservo –de manera excepcional- ya que lo usual es que tras admirarlas y quizás fotografiarlas las deje “in situ” en el mismo lugar en que me topé con ellas. Algunas, sin embargo, las conservo:
La primera, de curioso color chocolate, la encontré hace un par de años en un acantilado del Mar del Norte en Escocia. Se trata de un canto esférico que habrá estado miles de años rodando para adquirir esa forma tan sugestiva. Desconozco que tipo de mineral pueda ser, pero decidí traérmela como recuerdo de una bellísima excursión por las costas de la Reserva de Aves de St. Abbas, Pasamos un día inolvidable y cuando contemplo la piedra no puedo sino recordarla. Creo que la piedra la encontré fuera de contexto. Me imagino que alguien la cogió en la playa, abajo, y la subió a lo alto del acantilado, quizás con intención de llevársela, desistiendo finalmente de ello. En el entorno, en lo alto de la pared rocosa, no había piedras similares ni tendría sentido que las hubiera. De haberlas deberían estar abajo, en la playa.
La segunda procede de una terraza cuaternaria próxima al Guadalquivir. Es igualmente un canto rodado, que antes de quedar depositado en donde lo encontré habrá estado igualmente miles de años “rodando” en las aguas del Gran Río. Se trata de un canto de cuarcita que como es bastante usual presenta trazos de pinturas con los que la Naturaleza brinda su decoración a este tipo de piedras.
Contemplando la tercera no puedo sino evocar la sorpresa que sentí cuando hace unos años me la encontré paseando por una huerta. ¡Que bello ídolo fálico! – pensé entonces. No cabe duda de que esta tercera piedra tiene una forma especialmente llamativa y sugerente. ¡Señor, que cosas hace la Naturaleza!
La última piedra es un bello núcleo de sílex, cubierto de una patina que acredita su antigüedad y que quisiera uno soñar que las señales de golpes que presenta pudieron haber sido producidas no por la Naturaleza sino por algún hombre primitivo que pretendía desgajar lascas con las que fabricar útiles prehistóricos. Nunca lo sabremos.
Vemos, en fin, que cada piedra –por humilde que sea- tiene su historia y nos permite evocar cosas que sucedieron hace miles o millones de años y que aun cuando en general son tan humildes que pasan desapercibidas, lo cierto es que para uno simbolizan bellos recuerdos de viajes o paseos por el campo.
A mi me gustan.
ResponderEliminarRecuerdas a la señorita Amèlie Poulain tirando siempre piedritas?
Las piedras tienen un encanto especial.
Nuestra mirada le da historia y formas.
Lindas las que nos muestras.
Valiò la pena los robos en tus viajes.
Abrazos.
Si las piedras hablaran...cuanto nos contarian.
ResponderEliminarbesos
La verdad, Clarice, es que AMELIE es una pelicula, cuanto menos, encantadora. Tengo que pensar eso de que las piedras, realmente, no tienen historia sino que es nuestra mirada la que se la otorga. Quizas es que hasta que nosotros reparamos en las cosas, las cosas ni siquiera existen.
ResponderEliminarUn abrazo
Jerusalem, si la piedra "chocolate" hablara nos contaria algo de la persona que desde la playa la subio hasta lo alto del acantilado, para que luego ya la recogiese alli.
ResponderEliminarUn abrazo, amiga.
Mira, vas a darte cuenta de que no eres el único "recogesuelos" del mundo (así me llaman en casa)
ResponderEliminarTengo piedras casi de cada sitio a donde voy.
Unas de la más especiales, que conservo en una vitrina del salón de casa, son dos piedras negras, rarísimas que encontré al pié de la pirámide de Keops en Giza.
La cogí con miedo, porque allí los policías (cavales de 17 años, armados) vigilan cada movimiento que haces.
Sentí una rara sensación al meterlas en mi bolsillo, solo la posibilidad de que aquella piedra llevara allí los años suficientes como para haber sido testigo de la época en que aquello se construyó... me encanta.
Creo que ése precisamente es el atractivo de las piedras. Que no mueren como el resto de la materia de la tierra.
Conservar un trozo del muro de Berlín o un cachito de meteorito o una tesela de un mosaico romano... tiene su aquel...
Un besazo, campeón.
Natacha.
Vaya, Natacha, veo que no soy el unico que siente atraccion por las "piedras vulgares y corrientes".
ResponderEliminarEso de las Piramides ya son palabras mayores. Algun dia espero viajar a Egipto.
Hace un tiempo escribi algo sobre piedras prehistoricas, quizas te guste...
http://imagenes-palabras.blogspot.com/2007/10/aquel-calor-tenue.html
Lo cierto es que se dice que las personas "sensitivas", lo que no es mi caso, son capaces de captar las energias positivas o negativas que puedan haberse acumulado en las piedras.
Quien sabe...
Un abrazo