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En el Museo de la población sevillana de Écija se exhibe una magnífica representación escultórica de una amazona herida que fue encontrada en las excavaciones llevadas a cabo en lo que se conoce como El Salón (Plaza de España). El yacimiento arqueológico fue destruido para construir un espacio de aparcamiento de vehículos y para perpetua deshonra de la bella población, cuyas autoridades permitieron semejante atropello a su patrimonio histórico. Afortunadamente, al menos, la Amazona fue alojada en un ala especial del museo, en la que también se exponen otros elementos procedentes de esas excavaciones.
La fotografía de esta bellísima “Amazona herida”, que compite ventajosamente con otras piezas similares que se conservan, por ejemplo, en los Museos Capitolinos de Roma, nos permite evocar un episodio mítico de la antigüedad: el encuentro de Alejandro Magno con Talestris, legendaria reina de las amazonas. Veamos como Curcio Rufo, escritor latino de los siglos I y II d.C., nos describió este asunto en su “Historia de Alejandro Magno”, auténtica novela histórica en latín cuya lectura resulta especialmente grata, por lo que no deja de sorprender la relativamente escasa atención que se le ha prestado:
“Fronterizo con la Hircania se encontraba el pueblo de las amazonas, que habitaban junto al río Termodonte las llanuras de Temiscira. Su reina era Talestris, cuyo poder se extendía sobre toda la región comprendida entre el monte Cáucaso y el río Fasis.
La reina, ardiendo en deseos de ver al rey, dejó atrás las fronteras de su reino y, al llegar a las proximidades de Alejandro, envió por delante una delegación para informarle de la llegada de una reina que ansiaba llegar a su presencia y conocerlo. Otorgado al instante el permiso para acercarse, Talestris hizo detenerse a su comitiva y avanzó acompañada de 300 mujeres. En cuanto llegó a la presencia del rey, echó pie a tierra, llevando un par de lanzas en su mano derecha. El vestido no cubre todo el cuerpo de las amazonas, pues la parte izquierda del pecho la llevan al aire, mientras el resto lo mantienen tapado, y los pliegues de su vestido, recogidos con un nudo, no descienden por debajo de las rodillas. El pecho izquierdo lo conservan intacto con el fin de poder amamantar a los hijos de sexo femenino, mientras que el derecho lo queman a fin de poder tensar con más facilidad el arco y blandir mejor las armas arrojadizas. Talestris, imperturbable, tenía fijos sus ojos en el rey, recorriendo con su mirada su porte exterior, que no estaba a la altura de la fama de sus hazañas: y es que entre todos los bárbaros la veneración va ligada a la majestad corporal y consideran que sólo son capaces de grandes empresas aquellos a los que la naturaleza se dignó dotar de un aspecto impresionante. Ante la pregunta de si quería hacer alguna petición, la reina, sin el menor titubeo, contestó que había venido a tener hijos con el rey, digna como era de que el mismo rey obtuviera de ella herederos del reino; si era hija la conservaría consigo, si hijo, se lo entregaría a su padre. Alejandro le preguntó si quería guerrear a su lado, pero ella, pretextando que había dejado su reino sin nadie que lo protegiera, perseveraba en su petición de que no la dejara marchar frustrada en su esperanza. La pasión amorosa de la mujer era más fogosa que la del rey y le movió a detenerse unos cuantos días: trece fueron dedicados a satisfacer el deseo de la reina. Pasados éstos, Talestris volvió a su reino y Alejandro a la Partia.”
La fotografía de esta bellísima “Amazona herida”, que compite ventajosamente con otras piezas similares que se conservan, por ejemplo, en los Museos Capitolinos de Roma, nos permite evocar un episodio mítico de la antigüedad: el encuentro de Alejandro Magno con Talestris, legendaria reina de las amazonas. Veamos como Curcio Rufo, escritor latino de los siglos I y II d.C., nos describió este asunto en su “Historia de Alejandro Magno”, auténtica novela histórica en latín cuya lectura resulta especialmente grata, por lo que no deja de sorprender la relativamente escasa atención que se le ha prestado:
“Fronterizo con la Hircania se encontraba el pueblo de las amazonas, que habitaban junto al río Termodonte las llanuras de Temiscira. Su reina era Talestris, cuyo poder se extendía sobre toda la región comprendida entre el monte Cáucaso y el río Fasis.
La reina, ardiendo en deseos de ver al rey, dejó atrás las fronteras de su reino y, al llegar a las proximidades de Alejandro, envió por delante una delegación para informarle de la llegada de una reina que ansiaba llegar a su presencia y conocerlo. Otorgado al instante el permiso para acercarse, Talestris hizo detenerse a su comitiva y avanzó acompañada de 300 mujeres. En cuanto llegó a la presencia del rey, echó pie a tierra, llevando un par de lanzas en su mano derecha. El vestido no cubre todo el cuerpo de las amazonas, pues la parte izquierda del pecho la llevan al aire, mientras el resto lo mantienen tapado, y los pliegues de su vestido, recogidos con un nudo, no descienden por debajo de las rodillas. El pecho izquierdo lo conservan intacto con el fin de poder amamantar a los hijos de sexo femenino, mientras que el derecho lo queman a fin de poder tensar con más facilidad el arco y blandir mejor las armas arrojadizas. Talestris, imperturbable, tenía fijos sus ojos en el rey, recorriendo con su mirada su porte exterior, que no estaba a la altura de la fama de sus hazañas: y es que entre todos los bárbaros la veneración va ligada a la majestad corporal y consideran que sólo son capaces de grandes empresas aquellos a los que la naturaleza se dignó dotar de un aspecto impresionante. Ante la pregunta de si quería hacer alguna petición, la reina, sin el menor titubeo, contestó que había venido a tener hijos con el rey, digna como era de que el mismo rey obtuviera de ella herederos del reino; si era hija la conservaría consigo, si hijo, se lo entregaría a su padre. Alejandro le preguntó si quería guerrear a su lado, pero ella, pretextando que había dejado su reino sin nadie que lo protegiera, perseveraba en su petición de que no la dejara marchar frustrada en su esperanza. La pasión amorosa de la mujer era más fogosa que la del rey y le movió a detenerse unos cuantos días: trece fueron dedicados a satisfacer el deseo de la reina. Pasados éstos, Talestris volvió a su reino y Alejandro a la Partia.”
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