“De todos puede ser ese retrato de un caballero enlutado –Azorín- que Antonio Machado vió en la venta de Cidones, carretera de Soria a Burgos:
Sentado ante una mesa de pino, un caballero
escribe. Cuando moja la pluma en el tintero
los ojos tristes lucen en un semblante enjuto.
El caballero es joven, va vestido de luto.
El caballero escribe y aguarda la llegada del correo, mientras se ensombrece la tarde y un viento frío azota los chopos del camino:
La tarde se va haciendo sombría. El enlutado,
la mano en la mejilla, medita ensimismado.
Va avanzando la tarde, y bajo el sol del ocaso brilla con resplandor de acero el páramo soriano. Tiemblan las llamas del lar y chispea el candil:
El enlutado tiene clavados en el fuego
los ojos largo rato; se los enjuga luego
con un pañuelo blanco. ¿Por qué le hará llorar
el son de la marmita, el ascua del hogar?
Tal vez lo supiera Antonio Machado. Nosotros, desde luego lo sabemos. El caballero enlutado se ha ensimismado en el mundo de sus sueños. En él vive. Y desde él, en el son de la marmita y en la fugaz relumbre de las ascuas, ve el íntimo dolor de España y el tránsito irreparable del tiempo. Ese “dolorido sentir” y esta dolorosa fugacidad son las dos saetas que hieren el alma del caballero enlutado y le hacen llorar, perdido entre las agrias barranqueras de Soria, mientras cae la noche y llega –ruidoso, polvoriento-, el coche del correo.
El triste caballero se ha sumergido en su propio ensueño. ¿Qué es un ensueño? ¿Por qué los hombres, desde que de ellos tenemos noticias, detienen de cuando en cuando su tráfico vital, cierran los ojos o miran a una estrella y edifican dentro de sí esos castillos irreales que llamamos ensueños?”
Pedro Laín Entralgo (La generación del Noventa y Ocho)
Sentado ante una mesa de pino, un caballero
escribe. Cuando moja la pluma en el tintero
los ojos tristes lucen en un semblante enjuto.
El caballero es joven, va vestido de luto.
El caballero escribe y aguarda la llegada del correo, mientras se ensombrece la tarde y un viento frío azota los chopos del camino:
La tarde se va haciendo sombría. El enlutado,
la mano en la mejilla, medita ensimismado.
Va avanzando la tarde, y bajo el sol del ocaso brilla con resplandor de acero el páramo soriano. Tiemblan las llamas del lar y chispea el candil:
El enlutado tiene clavados en el fuego
los ojos largo rato; se los enjuga luego
con un pañuelo blanco. ¿Por qué le hará llorar
el son de la marmita, el ascua del hogar?
Tal vez lo supiera Antonio Machado. Nosotros, desde luego lo sabemos. El caballero enlutado se ha ensimismado en el mundo de sus sueños. En él vive. Y desde él, en el son de la marmita y en la fugaz relumbre de las ascuas, ve el íntimo dolor de España y el tránsito irreparable del tiempo. Ese “dolorido sentir” y esta dolorosa fugacidad son las dos saetas que hieren el alma del caballero enlutado y le hacen llorar, perdido entre las agrias barranqueras de Soria, mientras cae la noche y llega –ruidoso, polvoriento-, el coche del correo.
El triste caballero se ha sumergido en su propio ensueño. ¿Qué es un ensueño? ¿Por qué los hombres, desde que de ellos tenemos noticias, detienen de cuando en cuando su tráfico vital, cierran los ojos o miran a una estrella y edifican dentro de sí esos castillos irreales que llamamos ensueños?”
Pedro Laín Entralgo (La generación del Noventa y Ocho)
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