Contemplando esta imagen no he podido sino recordar aquellos tiempos ya tan alejados, allá por los años treinta del siglo pasado, en que la abuela Justa, en su aldea de Granada, acudía por las mañanas al río para lavar la ropa.
Muchos años después, todavía seguía quejándose de “los fríos” que había pasado de joven, en las mañanas de invierno, cuando, arrodillada, tenía que introducir sus manos en las aguas heladas.
No somos, en general, conscientes de la tremenda revolución que la mujer ha podido realizar en estos últimos cien años en su modos de vida.
¡Qué inmensa diferencia entre las vidas de esas mujeres que, de rodillas, lavan sus prendas en las aguas del arroyo, y las de las mujeres modernas!
¡Quién diría que solamente han pasado tres generaciones!
Muchos años después, todavía seguía quejándose de “los fríos” que había pasado de joven, en las mañanas de invierno, cuando, arrodillada, tenía que introducir sus manos en las aguas heladas.
No somos, en general, conscientes de la tremenda revolución que la mujer ha podido realizar en estos últimos cien años en su modos de vida.
¡Qué inmensa diferencia entre las vidas de esas mujeres que, de rodillas, lavan sus prendas en las aguas del arroyo, y las de las mujeres modernas!
¡Quién diría que solamente han pasado tres generaciones!
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