A SENDIEVA, que seguro que reconoce algunos
de los lugares que se citan en el texto
de los lugares que se citan en el texto
Antiqva, cuando era niño, tuvo un amor platónico, lo que ocurre es que entonces la gente del barrio no sabía quién era Platón y los amigos, cuando veían que Antiqva entraba en éxtasis, se limitaban a decir: “Vaya, ha visto de nuevo a Lucía y otra vez se ha quedado embobado.” Esa expresión infantil, tan certera, y otras de tipo similar, terminaron creando en la confusa mente de Antiqva la idea de que el “amor platónico” debía ser cosa de “bobos”, ya que él, de hecho, cuando se cruzaba marginalmente con aquella niña de cabello rubio y ojos azules, era así como se sentía.
En aquellos tiempos, Antiqva estudiaba en el colegio estatal “Miguel de Cervantes”, en la planta de los niños, en tanto que Lucía lo hacía en un cercano colegio de monjas (las “Hermanas de los Pobres”), lo que hizo que jamás pudiera coincidir con ella en alguna actividad de tipo escolar. Aquello dificultaba de manera notable las posibilidades de encuentro físico. Jugaba, además, en contra de Antiqva el hecho de que los padres de aquella bella criatura la criaban y educaban con extremo celo, de modo que nunca se la veía en la calle, salvo los domingos, en que a la hora del paseo salía con sus padres y hermanos. Aquella familia vivía en una casa bastante grande, de hecho contaba con un patio inmenso en su interior, de modo que era en ese espacio en el que, cuando dejaban abierto el portón de acceso, Antiqva podía ver, desde la calle, “perdida la razón”, como la niña jugaba con alguna de sus amigas.
En alguna ocasión, el niño, invadido por una insufrible tensión, aprovechando que sus amigos, descuidados, entre risas, se habían alejado del lugar, había intentado penetrar en aquel “sagrado” espacio pero lo cierto es que sus intentos de aproximación siempre resultaron vanos. En aquel lugar, apacible en apariencia, habitaba un monstruo de feroz aspecto, el perro “Barbas”, que en cuanto Antiqva atravesaba el portón, al encuentro de su “amada”, salía de algún insospechado rincón y en un contexto de ladridos estrepitosos le ponía en fuga sin miramiento alguno. “No corras, no corras, que es peor… Además, no ves que no muerde…”, exclamaban las niñas, mientras con sus alborotadas risas se unían a los ladridos de la fiera contribuyendo a romper el silencio de la tarde.
De modo que Antiqva, a su pesar, nunca pudo acercarse a menos de quince metros de aquella encantadora criatura que tanta turbación le producía. Comprenderéis, amigos, que con estas explicaciones, uno, de momento, no sea capaz de brindar el tan deseado “final feliz” a esta tan entrañable como ya casi olvidada historia.
No obstante, como cualquier situación es siempre susceptible de empeorar, pasados algunos años, la cosa, incluso, se complicó. Era entonces Antiqva uno de esos jovencitos “asimétricos” que no parecían gozar de demasiado “sex appeal” entre sus amigas, algo que posteriormente, muchos años después, habría de ser acreditado gracias a unos rigurosos estudios que expertos británicos de la Universidad de Brunel habrían de publicar en la prestigiosa “Proceedings of National Academy of Science”.
Ese acontecimiento que agravaría de manera irreversible esas “ansias amatorias” de Antiqva hacia aquella vecinita tan bella como insondable tuvo lugar en una de las sesiones de baile que se celebraban en el barrio con motivo de la verbena popular que todos los años se montaba en el mes de julio en el cercano Paseo de Farnesio. Aquella tarde, nuestro jovencito había acudido a la verbena, acompañado de un grupo de amigos, algunos todavía residuales de aquellos tiempos en que él se había mostrado con frecuencia “embobado” al contemplar los encantos de su idealizada ninfa, y resultó que allí estaba Lucía, en medio de otro grupo de amigas, y nuestro joven lo tuvo claro: “Esta es la ocasión –pensó- no puedo dejar pasar esta oportunidad, la tengo que sacar a bailar como sea, ahora que no está por aquí ese maldito perro.”
Y Antiqva, sin dudarlo, se acercó al grupo de jovencitas con la decisión tomada de conseguir aquella tarde, como fuese, bailar con la niña, que por cierto “lucía” angelical con el adorno de sus bellísimos rizos dorados. Llegó nuestro joven al grupo y en el momento en que, nervioso, estaba saludando cortésmente a las muchachas pasó algo inesperado que habría de destrozar, sin miramientos, los planes que se había trazado:
“¡Antiqva…! –escuchó decir a otra jovencita de aspecto igualmente angelical, que le regalaba una sonrisa bellísima- ¡qué alegría verte por aquí…! ¡Vamos a bailar un poco…!”
Aquel otro ángel se llamaba María.
En aquellos tiempos, Antiqva estudiaba en el colegio estatal “Miguel de Cervantes”, en la planta de los niños, en tanto que Lucía lo hacía en un cercano colegio de monjas (las “Hermanas de los Pobres”), lo que hizo que jamás pudiera coincidir con ella en alguna actividad de tipo escolar. Aquello dificultaba de manera notable las posibilidades de encuentro físico. Jugaba, además, en contra de Antiqva el hecho de que los padres de aquella bella criatura la criaban y educaban con extremo celo, de modo que nunca se la veía en la calle, salvo los domingos, en que a la hora del paseo salía con sus padres y hermanos. Aquella familia vivía en una casa bastante grande, de hecho contaba con un patio inmenso en su interior, de modo que era en ese espacio en el que, cuando dejaban abierto el portón de acceso, Antiqva podía ver, desde la calle, “perdida la razón”, como la niña jugaba con alguna de sus amigas.
En alguna ocasión, el niño, invadido por una insufrible tensión, aprovechando que sus amigos, descuidados, entre risas, se habían alejado del lugar, había intentado penetrar en aquel “sagrado” espacio pero lo cierto es que sus intentos de aproximación siempre resultaron vanos. En aquel lugar, apacible en apariencia, habitaba un monstruo de feroz aspecto, el perro “Barbas”, que en cuanto Antiqva atravesaba el portón, al encuentro de su “amada”, salía de algún insospechado rincón y en un contexto de ladridos estrepitosos le ponía en fuga sin miramiento alguno. “No corras, no corras, que es peor… Además, no ves que no muerde…”, exclamaban las niñas, mientras con sus alborotadas risas se unían a los ladridos de la fiera contribuyendo a romper el silencio de la tarde.
De modo que Antiqva, a su pesar, nunca pudo acercarse a menos de quince metros de aquella encantadora criatura que tanta turbación le producía. Comprenderéis, amigos, que con estas explicaciones, uno, de momento, no sea capaz de brindar el tan deseado “final feliz” a esta tan entrañable como ya casi olvidada historia.
No obstante, como cualquier situación es siempre susceptible de empeorar, pasados algunos años, la cosa, incluso, se complicó. Era entonces Antiqva uno de esos jovencitos “asimétricos” que no parecían gozar de demasiado “sex appeal” entre sus amigas, algo que posteriormente, muchos años después, habría de ser acreditado gracias a unos rigurosos estudios que expertos británicos de la Universidad de Brunel habrían de publicar en la prestigiosa “Proceedings of National Academy of Science”.
Ese acontecimiento que agravaría de manera irreversible esas “ansias amatorias” de Antiqva hacia aquella vecinita tan bella como insondable tuvo lugar en una de las sesiones de baile que se celebraban en el barrio con motivo de la verbena popular que todos los años se montaba en el mes de julio en el cercano Paseo de Farnesio. Aquella tarde, nuestro jovencito había acudido a la verbena, acompañado de un grupo de amigos, algunos todavía residuales de aquellos tiempos en que él se había mostrado con frecuencia “embobado” al contemplar los encantos de su idealizada ninfa, y resultó que allí estaba Lucía, en medio de otro grupo de amigas, y nuestro joven lo tuvo claro: “Esta es la ocasión –pensó- no puedo dejar pasar esta oportunidad, la tengo que sacar a bailar como sea, ahora que no está por aquí ese maldito perro.”
Y Antiqva, sin dudarlo, se acercó al grupo de jovencitas con la decisión tomada de conseguir aquella tarde, como fuese, bailar con la niña, que por cierto “lucía” angelical con el adorno de sus bellísimos rizos dorados. Llegó nuestro joven al grupo y en el momento en que, nervioso, estaba saludando cortésmente a las muchachas pasó algo inesperado que habría de destrozar, sin miramientos, los planes que se había trazado:
“¡Antiqva…! –escuchó decir a otra jovencita de aspecto igualmente angelical, que le regalaba una sonrisa bellísima- ¡qué alegría verte por aquí…! ¡Vamos a bailar un poco…!”
Aquel otro ángel se llamaba María.
Pero qué dubitativo y timido se mostraba Antiqva-niño.
ResponderEliminarMenos mal que después de tantos temores va la chica y toma las riendas y el deseo tanto tiempo contenido puedo materializarse.
Lo peor de los sueños (o lo mejor) es que pueden cumplirse.
un beso
Según leía iba pensando, ¡por favor, por favor! Que el cuento sea real.
ResponderEliminarMe gustan tus historias Antiqva, pero esta me ha encantado, todavía estoy sonriendo.
Besos (esta vez y con tu permiso, me gustaría que fueran para Maria)
Y otro para ti.
...pues a mí no me gusta el final..., tantos años idealizando a Lucía y nada! un cruce de cableado...
ResponderEliminarpues que no me gusta el final...
espero que acabara el cuento con un fueron felices...
me ha gustado mucho, qué buen narrador, Antiqva.
un abrazo.
Amigo, me da igual la de veces que lo pongas o en los sitios que sea, lo seguiré leyendo y me seguirá encantando!!! que lo sepas jajaja
ResponderEliminarMaravillosa historia que has vivido, que eso es lo más importante de esta historia, para ti siempre será especial igual que para María, y mejor final no pudo tener, la realidad cuando es bonita es la mejor, para mi esta historia también será siempre especial, por vosotros dos que me dais ese hermoso comienzo y por la dedicación tan dulce...
Muchos besitos a esa pareja tan encantadora y especial para mi.
Vaya mirada que te gastabas, querido. Es impresionatemente expresiva.
ResponderEliminarMe encantó la entrada.
Un abrazo.
Segura estoy, que ese ángel llamada Lucía, estaba compinchada con ese otro ángel llamada María, y le reservaba su lugar.
ResponderEliminarUn abrazo
Qué recuerdos tan hermosos
ayyy me encantó saber la historia. María es afortunada y tù más, además recuerda que dicen que las mujeres son las que eligen eh? jiji...
ResponderEliminarAbrazos...
Eras un chico que prometías y tú dudando de tus capacidades. muy mal por las inseguridades.
ResponderEliminarComo dicen algunas de tus anteriores lectoras bello texto muy bien narrado.
Ay Antiqvua que intuyo que la vida amorosa te ha ido tan bien como escribes.
Inuits
Antiqva,
ResponderEliminarPienso que también de mayores tenemos amores platónicos.
Fíjate,entrar en tu blog para decir semejante cosa,pero es lo que me ha venido al volver a entrar en tu casa,y éstos son inconfesables porque no quedaría bien a nuestras edades.Voy a seguir leyéndote.
Inus