Anverso de la moneda. El individuo porta una diadema de la que cuelgan cintas.
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Al contemplar los gestos de sorpresa de los turdetanos, Eneas prosiguió hablando y les explicó que él, iniciado en los cultos órficos de los misterios, era consciente de que en el hombre existe un dualismo entre el alma, cuya esencia es divina e inmortal, y el cuerpo, concebido como una prisión en la que el alma esta encerrada mientras la persona desarrolla su existencia en esta vida. La causa de que el alma estuviera atrapada en la materia se justificaría en la necesidad de expiar un antiguo pecado cometido contra la divinidad. A través del proceso iniciático vivido en su juventud, él –les dijo- había accedido a un conocimiento que le permitía comprender el papel que el hombre juega en la creación. Gracias a unos ritos que estaba prohibido divulgar a los profanos se facilitaba la liberación del espíritu, de modo que gracias a esa experiencia iniciática, Eneas era consciente de que tras su muerte le esperaba una existencia feliz en el más allá, llegando a comprender que su alma participaba de la naturaleza divina.
- En suma, terminó Eneas, pienso que todos tenéis asegurada vuestra supervivencia en estos momentos aciagos que estamos viviendo y veréis que yo, el único que morirá, lo haré feliz, ya que sé cual es el camino que me espera.
La adivina, que nunca había escuchado hablar de esos extraños ritos mistéricos no pudo sino responderle:
- Estoy, Eneas, sorprendida de todo lo que nos has dicho; pero, entonces, a nosotros, ¿qué nos espera cuando algún día nos llegue la muerte? A nosotros, que no estamos iniciados en esos misterios de los que nos has hablado, ¿qué nos sucederá?
La respuesta no gustó demasiado a los turdetanos:
- Amigos, cuando os llegue el último día, al no conocer las enseñanzas que impartió Orfeo, vuestras almas estarán obligadas a reencarnase de nuevo en la materia. Volveréis a vivir en nuevos cuerpos, sin avanzar por tanto en el camino que algún día deberá permitir que podáis arribar a las esferas celestes donde habita la divinidad. No tenéis conocimiento y por ello, inexorablemente, vuestras almas volverán a encarnarse. Solamente los hombres que tienen el conocimiento pueden eludir la reencarnación y consiguen convertirse en una parte plena de la divinidad, como a mí, confío, debe sucederme y así deseo que conste en mi epitafio.
- Eneas, me cuesta creer lo que dices –exclamo la mujer-. Nunca he oído nada semejante y nada puedo encontrar que apoye tus creencias. Ojala fueran ciertas. De ser así, todos desearíamos ser iniciados en esos conocimientos mistéricos de los que nos has hablado.
- Símiles – le respondió el hombre- solo te pido a ti y a tus amigos que cuando llegue mi próxima muerte hagáis con mi cuerpo y con mi tumba lo que os he pedido. Os ruego, también, que recapacitéis sobre lo que os he dicho. De algún modo, vosotros habéis dado el primer paso –al escuchar mis palabras- en el conocimiento de los grandes misterios de la vida y la muerte.
- Deseas, mujer –prosiguió-, alguna prueba de que es cierto lo que digo. Pues bien, dame una moneda, entrégame uno de esos ases de bronce de Kastilo, tu ciudad.
La mujer, extrañada, le entregó la moneda. En ella, en su anverso, se distinguía el perfil de un hombre de aspecto apolíneo, que portaba una diadema; en el reverso, se apreciaba una inscripción ibérica y encima de ella la representación de una esfinge.
Eneas, con la punta de su cuchillo, hizo una muesca en forma de V en el reverso de la moneda, en el lado derecho de la esfinge, y devolvió el bronce a la mujer.
- Escucha esto – Símiles-, durante mucho tiempo tu alma tendrá que sufrir sucesivas reencarnaciones, pero llegará un momento en que ese proceso estará próximo a su fin. Eso sucederá, algún día, dentro de mucho tiempo, cuando tu alma, presa en el cuerpo en el que en ese momento esté encarnada, recupere de nuevo esta moneda que ahora vamos a arrojar en estos campos.
- Cuando vuelvas a tener en tus manos esta moneda, un as de bronce de Kastilo, podrás reconocerla por la muesca que he hecho en ella. Obsérvala bien, mujer, antes de que mi mano la arroje tan lejos como me sea posible. Volverás a encontrarla dentro de muchas vidas y ella te hablará de que tu proceso de integración en la divinidad está ya próximo.
Tras decir estas palabras, Eneas lanzó la moneda a lo lejos, más allá del barranco. En esos momentos, estaba ya anocheciendo y el grupo de fugitivos, dirigido por Orisón, se puso nuevamente en marcha.
- En suma, terminó Eneas, pienso que todos tenéis asegurada vuestra supervivencia en estos momentos aciagos que estamos viviendo y veréis que yo, el único que morirá, lo haré feliz, ya que sé cual es el camino que me espera.
La adivina, que nunca había escuchado hablar de esos extraños ritos mistéricos no pudo sino responderle:
- Estoy, Eneas, sorprendida de todo lo que nos has dicho; pero, entonces, a nosotros, ¿qué nos espera cuando algún día nos llegue la muerte? A nosotros, que no estamos iniciados en esos misterios de los que nos has hablado, ¿qué nos sucederá?
La respuesta no gustó demasiado a los turdetanos:
- Amigos, cuando os llegue el último día, al no conocer las enseñanzas que impartió Orfeo, vuestras almas estarán obligadas a reencarnase de nuevo en la materia. Volveréis a vivir en nuevos cuerpos, sin avanzar por tanto en el camino que algún día deberá permitir que podáis arribar a las esferas celestes donde habita la divinidad. No tenéis conocimiento y por ello, inexorablemente, vuestras almas volverán a encarnarse. Solamente los hombres que tienen el conocimiento pueden eludir la reencarnación y consiguen convertirse en una parte plena de la divinidad, como a mí, confío, debe sucederme y así deseo que conste en mi epitafio.
- Eneas, me cuesta creer lo que dices –exclamo la mujer-. Nunca he oído nada semejante y nada puedo encontrar que apoye tus creencias. Ojala fueran ciertas. De ser así, todos desearíamos ser iniciados en esos conocimientos mistéricos de los que nos has hablado.
- Símiles – le respondió el hombre- solo te pido a ti y a tus amigos que cuando llegue mi próxima muerte hagáis con mi cuerpo y con mi tumba lo que os he pedido. Os ruego, también, que recapacitéis sobre lo que os he dicho. De algún modo, vosotros habéis dado el primer paso –al escuchar mis palabras- en el conocimiento de los grandes misterios de la vida y la muerte.
- Deseas, mujer –prosiguió-, alguna prueba de que es cierto lo que digo. Pues bien, dame una moneda, entrégame uno de esos ases de bronce de Kastilo, tu ciudad.
La mujer, extrañada, le entregó la moneda. En ella, en su anverso, se distinguía el perfil de un hombre de aspecto apolíneo, que portaba una diadema; en el reverso, se apreciaba una inscripción ibérica y encima de ella la representación de una esfinge.
Eneas, con la punta de su cuchillo, hizo una muesca en forma de V en el reverso de la moneda, en el lado derecho de la esfinge, y devolvió el bronce a la mujer.
- Escucha esto – Símiles-, durante mucho tiempo tu alma tendrá que sufrir sucesivas reencarnaciones, pero llegará un momento en que ese proceso estará próximo a su fin. Eso sucederá, algún día, dentro de mucho tiempo, cuando tu alma, presa en el cuerpo en el que en ese momento esté encarnada, recupere de nuevo esta moneda que ahora vamos a arrojar en estos campos.
- Cuando vuelvas a tener en tus manos esta moneda, un as de bronce de Kastilo, podrás reconocerla por la muesca que he hecho en ella. Obsérvala bien, mujer, antes de que mi mano la arroje tan lejos como me sea posible. Volverás a encontrarla dentro de muchas vidas y ella te hablará de que tu proceso de integración en la divinidad está ya próximo.
Tras decir estas palabras, Eneas lanzó la moneda a lo lejos, más allá del barranco. En esos momentos, estaba ya anocheciendo y el grupo de fugitivos, dirigido por Orisón, se puso nuevamente en marcha.
HE LLEGADO HASTA AQUÍ EN ESTE INSTANTE Y SOLO HAGO UN PAUSA PARA HACERTE SABER QUE ME MUERO POR SABER QUÉ PASA!! ;)
ResponderEliminarMi querido Antiqva - Eneas - Homero..
;)