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miércoles, 28 de noviembre de 2007

MIGUEL DELIBES


Mi padre y aquel hombre estaban conversando amigablemente, como viejos amigos que llevan mucho tiempo sin verse. Mi madre, mi hermana y yo aguardábamos con cierta impaciencia a que su conversación terminara. Era un domingo por la tarde y habíamos salido a pasear con la intención de llegarnos al centro de la ciudad y merendar unas ricas “milojas” en una pastelería que estaba situada detrás, en unos soportales, de la Plaza Mayor.

¿Queréis que os enseñe el periódico? -dijo el hombre, cuando parecería que estaban terminando la conversación.

Claro que si, Miguel, le respondió mi padre, claro que nos gustaría, sobre todo a los niños.

Mi hermana y yo nos miramos sorprendidos, ya que nadie nos había preguntado nuestra opinión y lo cierto es que lo que queríamos era irnos de una vez a la pastelería. Entonces, yo debía tener seis o siete años, y la verdad es que no tenía el menor interés en un periódico en esos momentos.

Pero lo que aquel hombre, se había brindado a enseñarnos no era un periódico de papel, como yo pensaba, sino el local en el que se editaba “El Norte de Castilla”, diario del que él era director.

Conversando amigablemente, el hombre nos llevó a un edificio cercano y nos hizo entrar en las entrañas del periódico. Cariñosamente nos fue explicando como funcionaban aquellas máquinas. Recuerdo la impresión que me causó una especie de máquina de escribir que funcionaba sola. El hombre nos explicó que aquello era un “teletipo” y que automáticamente imprimía los datos que alguien estaba introduciendo en ese momento en otro lugar del mundo. ¡Cosas de magia! -dijo mi madre, que nunca había oído hablar de aquellos inventos.

Al cabo de un rato, tras una despedida amigable en la que el hombre nos regaló a los niños unos libritos de cuentos que sacó del cajón de una de las mesas, salimos a la calle y nos dirigimos a donde nosotros queríamos ir, a la pastelería, en donde las “milojas” nos aguardaban. En el camino, mi padre nos dijo, con orgullo no disimulado, que el hombre con el que habíamos estado era Miguel Delibes, un afamado escritor.

Muchos años después, evocando este encuentro que tuve en mi niñez con Miguel Delibes habría de surgirme una pregunta sin respuesta: ¿De qué conocería mi padre a este hombre? ¿Por qué se hablaban con tanto cariño?.

Lo cierto es que nunca se lo pregunté a mi padre y cuando sentí la necesidad de hacerlo, ya no podía ser.

3 comentarios:

  1. Maravillosa experiencia y me encantó leerla.
    Qué bueno que lo conociste. A veces cuando somos niños no damos importancia, pero bueno, has narrado un recuerdo lindo.

    Saludos

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  2. Amiga Clarice: posteriormente he tenido otras experiencias y cercanías con Miguel Delibes, de las que algún día hablaré, pero lo cierto es que nunca le pregunte a mi padre de que conocía a este autor, que para mi es el mejor de la novela española de la segunda mitad del siglo XX.

    Hasta hace pocos años era muy precuente que me lo encontrara en el Campo Grande de Valladolid, unos bellisimos jardines que estan muy próximos a su casa, y siempre nos intercambiabamos un saludo.

    Hace años que ya no sale a pasear, debido a su avanzada edad y salud delicada.

    Hace unos semanas lei una frase suya que me impresiono. Decia mas o menos:

    "Voy a terminar mi vida como siempre me he temido, sin ser capaz de disparar a una perdiz (ha sido un apasionado cazador) y sin ser capaz de escribir una cuartilla con palabras coherentes".

    ¡Que pena, verdad!

    Un abrazo, Clarice

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  3. Qué suerte conocer a Delibes. Cuantos proyectos a medias, sin concluir quedarán de estos genios de la pluma en este caso.

    Me encanta su forma sencilla de escribir.

    Un abrazo

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