Apertura f/16
Tiempo de exposición 1/100 segundos
Velocidad ISO - 200
Distancia focal 18 mm.
Compensación de la exposición -0,70
HDR
Héctor, cuando era niño, tuvo un amor platónico, lo que ocurre es que en esos años la gente del barrio no sabía quién era Platón y los amigos, cuando veían que Héctor se trastornaba, se limitaban a decir: “Vaya, ha visto de nuevo a Lucía y otra vez se ha quedado embobado”. Palabras como esas y otras similares terminaron creando en su mente la idea de que eso que hoy llamamos amor platónico era una cosa de bobos, ya que él, cuando se topaba con la niña, era así como se sentía.
En aquellos tiempos, Héctor estudiaba en el centro escolar Miguel de Cervantes, en la planta de los niños, en tanto que Lucía lo hacía en un cercano colegio de las Hermanas de los Pobres, lo que impedía que pudiera coincidir con ella en alguna actividad escolar. Además, jugaba en contra de un posible encuentro el hecho de que los padres de Lucía no dejaban que la niña saliera a jugar a la calle. Era una familia que vivía en una casa que contaba con un gran patio y era en ese espacio en el que, cuando dejaban abierto el portón de acceso, desde la calle, Héctor podía contemplar como Lucía jugaba con sus amigas.
En alguna ocasión, el niño había querido penetrar en aquel espacio cerrado pero era un paraíso vetado a los intrusos y sus intentos de hacerlo siempre resultaron vanos. En aquel lugar, apacible en apariencia, habitaba un monstruo dotado de terribles colmillos, el perro Barbas, que tan pronto como Héctor traspasaba el portón, abandonaba la oscuridad del rincón donde se ocultaba, debajo de una escalera que daba acceso a la galería de la planta alta, y corría tras él, poniéndolo en fuga. “No corras, no corras, que es peor… No ves que no muerde…”, exclamaban entonces las niñas, mientras con sus risas se unían a los ladridos de la fiera. Muy a su pesar, Héctor nunca tuvo ocasión de acercarse a menos de diez metros de Lucía.
Fue así como nuestro jovencito fue tomando conciencia de que aquel patio en el que las niñas jugaban era para él un espacio de contradicción. Cuando intentaba entrar en él sentía una extraña sensación en la que se aunaban la alegría de escuchar las risas de Lucía y el temblor que sacudía sus piernas al pensar que el Barbas, en cualquier momento, iba a correr ladrando tras él. En aquel patio, para Héctor, se aunaban en proporciones similares la felicidad y el miedo. Aquel era el reino de la confusión. Nunca pudo dar más de tres pasos sin verse obligado a huir. Las niñas, jugando al fondo, eran un objetivo inalcanzable. Afortunadamente, el niño nunca resultó mordido ya que el monstruo estaba sujeto con una cadena de hierro a una argolla enganchada en la pared y esa cadena solo daba de si lo suficiente para que la fiera pudiera cubrir el espacio existente entre su oscuro rincón de debajo de la escalera y el portalón que daba acceso a la calle. Los padres de Lucía no querían que el animal pudiera morder a alguien que pasara por la calle.
Habrían de transcurrir algunos años para que siendo ya Héctor un adolescente sucediera algo que pondría término a sus ansias amatorias. Ocurrió en una de las sesiones de baile que se celebraban en el barrio con motivo de la verbena que se organizaba en el mes de julio en el Paseo de Farnesio. Aquella tarde, Héctor había acudido acompañado de un grupo de amigos y resultó que allí, entre otras jovencitas, estaba Lucía. El muchacho lo tuvo claro: “Esta es la ocasión –pensó-, no puedo dejar pasar esta oportunidad, la tengo que sacar a bailar ahora que no está el perro por medio.”
Y Héctor, sin dudarlo, se acercó al grupo de chicas decidido a pedir a Lucia que bailara con él. Llegó junto a ellas y las estaba saludando cuando algo inesperado destrozó sus planes:
“¡Héctor…! –escuchó decir a otra jovencita que le regalaba una bella sonrisa- ¡qué alegría verte por aquí…! ¡Vamos a bailar…! ¿Quieres…?”
Aquel otro ángel se llamaba María.
Ottimo scatto, sai sempre cogliere l'attimo!
ResponderEliminarCinzia
vaya...Maria??
ResponderEliminar;-)
Héctor héroe adolescente, soñaba el paraíso prohibido donde habitaban niñas Artemisas, pero es otro cuento, por si fuera poco, mezclado, tú cuentas uno en el que se descubren paraísos ignotos, inesperados...tentadores.
ResponderEliminarUn placer leerte, me retiro al taller de los cirujanos hasta nueva orden, muchos besitos.
Amigo esta historia es muy linda las peripecias de un niño enamorado,...veras; siempre le pregunto a mi nieto Samael si los niños de verdad se enamoran y el siempre me contesta asintiendo con su cabecita un si muy sincero,...asi que esta historia tuya es muy tierna,..realmente me encanto...
ResponderEliminarLa fotografía fantástica, y el relato muy tierno.
ResponderEliminarPobre Héctor, ni en sus peores pesadillas podía imaginar un rival del tamaño de Barbas. Bendita niñez.
Abrazos
Vaya con el pobre Héctor..tanto esfuerzo para conseguir a Lucia...
ResponderEliminarTal vez el destino le deparara una hermosa Maria...
La foto espectacular
Besos
Has planes y veras como Dios sonríe, el destino. La fotografía como siempre evocadora para mi.
ResponderEliminarBesos guapo.
Un instante de luz, inmensamente nítido.
ResponderEliminar¡Chapeau!
No lo tenía tan claro nuestro amigo Héctor, parece que al final tuvo suerte (o no), nunca lo sabremos si no sigues con el relato.
Me he sentido totalmente reflejada en él, por lo visto yo también soy boba...¡¡esos amores platónicos!! jejjej
En fin, ¡¡un fortísimo abrazo!!
Mmmm... La fotografía es divina y la historia de amor mas, mucho mas. Me gusto el final que tuvo Héctor con el ángel María...
ResponderEliminarBesitos.
La foto preciosa, con tu toque personal, ¿sabes? ya casi que podría reconocerlas en cualquier parte.
ResponderEliminarLa historia tremendamente enternecedora, pobrecillo Héctor, bueno no, le tocó bailar con un ángel y no la más fea...
Un abrazo grande,
Eva.
Excelente fotografia para belo relato....
ResponderEliminarCumprimentos